La fuerza de la Música

La fuerza de la Música

Desde aquel escrito quedé asombrado con Marina (Shuri), no sólo por sus palabras sino también por su forma de contarlo todo.

 
Esta vez nos cuenta un relato hacia la música con la fuerza y delicadeza que lleva dentro de sí:
 
Ahora mismo estoy escuchando una base piano en cuatro tiempos repartida en corcheas asimétricas:

 
Justo ahora aparece una voz.
Una voz que hace crujir algo en tu interior, como si hubiéramos estado toda la vida esperándola.

 
Esta es la descripción de una canción concreta, pero hay mucho más. Como ya sabéis, la música es algo demasiado grande para alcanzar a describir, demasiados sentimientos para asimilar.

 
Algo así como el amor.
 
Tal vez sea eso; amor. La música es amor. Suena bien. Explicaré por qué hablo de amor cuando hablo de música, no confundáis con “canción”.

 
Por mucho que existan figuras musicales, nombres de notas o registros vocales, la música es abstracta, intangible, y justo por eso: un tesoro.

 
Sé que las canciones, las letras, hacen más popular y cercana la música, hoy en día.
 
Pero os voy a contar lo que yo siento. Dejando a un lado que un solo de piano, guitarra, violín o lo que sea, sin orquesta, ni voces… ya me hace temblar, hoy me he dado cuenta de que los tiempos entre nota y nota también son tesoros.

 
Lo asumo, me gusta Claro de luna, Romance anónimo y otras grandes obras, pero, llamadme rara, a mí me pierde la sencillez.

 
La primera vez que oí y vi tocar una guitarra fue a mi madre, yo tendría 6 o 7 años. Recuerdo que sonreía al oír la melodía y también quedó grabada en mi memoria, no sé por qué, la funda de ese instrumento.

 
Ella aprendió tocar a temprana edad, no sé mucho más; sólo que disfrutaba tocando, era su válvula de escape cuando estaba triste.
 
Hablando de mamá, mi flauta dulce del colegio era suya, al igual que la funda naranja, que tenía una carita dibujada a lápiz. Durante cinco cursos escolares, una vez a la semana, como mínimo, la rozaba.

 
Me frustraba no tener habilidad para tocarla bien, pero me llenaba pensar que estaba compartiendo algo con ella.

 
Un día, en ese último curso que teníamos la flauta como material en clase, un chico tres cursos mayor que nosotros, tocó en una clase.

 
Él llevaba 3 años estudiando la guitarra, pero no importaba. La profesora no hacía más que hablar y pedirnos que nos fijásemos en detalles, pero yo no la escuchaba.

 
Tocó Asturias y Romance anónimo. Otros días, en esas clases, la profesora nos puso CD´s o vinilos de Recuerdos de la alhambra, Entre dos aguas, el concierto de Aranjuez, Granada…
 
no recuerdo con exactitud más títulos. Yo nunca escuchaba a la profesora, apenas apuntaba los detalles, las fechas, el compositor o interprete; cerraba los ojos y sentía calor por dentro.
 
Dos años después, alguien me recomendó que entrase en un coro parroquial.

 
Algo simple. Siempre he pensado que mi voz es mala, pero resultó ser perfecta para contralto.
 
Aun así me costó un tiempo ubicar mi voz. Siempre es más fácil amoldarse a lo que más destaca.

 
Cada domingo me levantaba temprano para llegar puntual a los ensayos. Mientras, en el colegio, siempre que hacían actividades relacionadas con el canto, yo me apuntaba.
 
Carolina o Lo echamos a suertes son canciones que no podré olvidar. Siempre estaba pendiente de cuidar mi voz, no soportaba pasar un día con afonía.

 
Con tiempo y práctica mejoré mi voz y aprendí a alcanzar notas impensables tiempo atrás. Gané TODO en oído. Incluso lograba distinguir quién, de los cinco guitarristas, tocaba.
 
Un año, apareció un violín. Delicado, como una cuna que te mece hasta caer dormida. Me ilusioné con él y sus melodías.

 
Un fin de semana, taller musical, tuve en mis manos la guitarra de uno de mis compañeros, y me recordó, no sé por qué, a la de mi madre. En cuestión de minutos, recuerdo que estaba en la puerta de esa casita llorando.
 
Cada día había ensayos, cambios de voces y decisiones…. El caso es que sentí una presión innecesaria.
 
 
La música era mi afición, no una obligación, y parecía haberse convertido en eso, sin embargo, el último día recuerdo que salí llorando y sin dejar de cantar, en mis ratos libres.
 
Conservo un montón de cosas relacionadas con ese coro, además de recuerdos en bares o salones de actos. De hecho antes de ayer soñé que pasaba por esa parroquia, para oírles cantar.
 

La Música y la escritura, tu expresión y la mía, tienen demasiado en común «Shuri»

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